Son muchos los experimentos que, junto con un sinfín de observaciones han llegado a demostrar que todas las enfermedades son el resultado de la interacción entre múltiples factores, que dependen tanto del agente agresor: bacteria, virus, agente carcinógeno, como del organismo agredido: genéticos, endocrinos, nerviosos, inmunológicos, emocionales y comportamentales. Producto de esto surge una ciencia médica denominada Psiconeuroinmunoendocrinología.
La medicina holística o integrativa considera al hombre como un ser en interacción constante con otras fuerzas y otros campos energéticos y no como un ente aislado marginado de su entorno. El cuerpo humano no es la suma de sus partes sino un todo en cada una de las partes.
La ciencia no duda ya de la interacción entre la mente y el cuerpo ni del efecto que los estados emocionales producen en el organismo. No hace falta ser científico para saber que cuando estamos deprimidos nuestro sistema inmunológico está deprimido y cada uno de nuestros órganos deprimen sus funciones. Hoy día se sabe estadísticamente que las personas alegres y optimistas viven más tiempo y enferman menos que las personas pesimistas y deprimidas.
La ira, el odio, la envidia, la depresión, el rencor, el miedo, la pérdida de autoestima, la falta de ilusión en la vida, son potencialmente fuentes de enfermedad para quien las padece porque producen reacciones bioquímicas en nuestro organismo que alteran la homeostasis. Las enfermedades del “alma” se manifiestan en el cuerpo físico. Hoy en día vivimos, especialmente en los países desarrollados, una verdadera epidemia del espíritu.
El Dr. Masaru Emoto nos muestra en su obra “Los mensajes del agua” fotografías de moléculas de agua cristalizada y cómo estas se alteran tras ser sometidas al efecto de distintas músicas, palabras o pensamientos. Si tenemos en cuenta que nuestro cuerpo es agua en un 70% podemos entender los efectos que un pensamiento o una emoción pueden tener sobre todo nuestro organismo.
El cuerpo es el espacio simbólico donde se dramatiza el trabajo de las emociones, allí se hace visible lo invisible. El cuerpo es lenguaje de las emociones, y por tanto, el cuerpo es memoria: guarda en sus repliegues la historia personal de cada uno de nosotros. Aunque la conciencia calle e ignore lo que él cuenta, el cuerpo siempre revela.
La somatización de emociones trata de explicar la equivalencia que existe entre las manifestaciones físicas de una persona y un conflicto emocional.
En unas ocasiones hablamos de enfermedades físicas y en otras de enfermedades psíquicas; pero siempre debe entenderse como enfermedad la falta de ese perfecto estado de equilibrio físico, mental y emocional. Todos los síntomas tienen un sentido profundo para la vida de la persona.
Una de las más claras evidencias de la interacción mente y cuerpo podemos encontrarla en el denominado efecto placebo.
Esta investigación demuestra empíricamente que el efecto placebo no sólo existe, sino que produce una reacción cerebral similar a lo que produce un tratamiento farmacológico.
¿Cuál sería entonces la labor del estudio de la “somatización de emociones” de cara a la salud? Su función sería llevarnos a la comprensión profunda de lo que nos ocurre.
Para la medicina occidental un determinado campo genético predispone a padecer una enfermedad determinada. Para la sabiduría oriental la enfermedad representa un obstáculo en la realización del camino de la vida. Cuando aprendemos a escuchar a nuestro cuerpo, la enfermedad lejos de ser la causa que justifique nuestra infelicidad será la herramienta que nos permita entablar un diálogo con la parte más profunda de nosotros mismos y quizás el mejor aliado para curar las heridas del “alma”.
Como no nos reconocemos responsables de nuestra salud a menudo culpamos de nuestro malestar a virus, bacterias, microorganismos o a la mala suerte, buscamos causas externas, ajenas a nosotros, y así nos justificamos. Sin embargo la solución sería tomar conciencia de quién soy verdaderamente y ser fieles a nosotros mismos. Eso sería rendir honor a nuestra propia identidad. Es entonces cuando encontraremos la salud perfecta que nos permitirá llevar una vida de plenitud desde la autenticidad de nuestra conciencia. Sin un orden emocional no puede existir un equilibrio estructural.
A modo de ejemplo podríamos hablar de las enfermedades dermatológicas. La piel es la envoltura que nos separa y nos protege del entorno, permite el contacto y a la vez protege y aísla. A través de la piel nos unimos a los demás, nos fusionamos con el mundo exterior o nos cerramos en nosotros mismos. Si entendemos a los demás o al exterior como una amenaza, la parte de nuestro cuerpo más sensible y más vulnerable será la parte relacionada directamente con el problema subyacente. Tendremos tendencia a desarrollar dermatitis, acné, psoriasis, eccemas, etc.
Es cierto que en ocasiones puede ser más sencillo tomar un antidepresivo que nos ayude a sobrellevar una situación que nos desagrada, que se aleja de nuestras expectativas de vida, lejos de lo que realmente necesitamos, pero el error de no enfrentarnos a nuestra Verdad conlleva en sí mismo su precio; eso nos dificulta el que podamos encontrar nuestro lugar en la vida, y el síntoma saldrá por otro lado.
Por eso profundizar en el estudio de la somatización de emociones, adentrarnos en su conocimiento, nos puede aportar esas claves que nos ayuden a descifrar las preguntas que surgen en el camino y encontrar las soluciones que necesitamos.
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